martes, 8 de octubre de 2013

La leyenda de los Volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl

                                                                      Iztaccíhuatl
                                                                        Popocatépetl 
 La vista que engalana a la ciudad más grande del mundo: la Ciudad de México, está realzada por la majestuosidad de dos de los volcanes más altos del hemisferio, se trata del Popocatépetl y del Iztaccíhuatl.
La presencia milenaria de estos enormes volcanes ha sido de gran importancia en las diferentes sociedades que los han admirado y venerado, siendo fuente de inspiración de múltiples leyendas sobre su origen y creación. Entre ellas las más conocidas son dos que a continuación relataremos.
Hace ya miles de años, cuando el Imperio Azteca estaba en su esplendor y dominaba el Valle de México, como práctica común sometían a los pueblos vecinos, requiriéndoles un tributo obligatorio. Fue entonces cuando el cacique de los Tlaxcaltecas, acérrimos enemigos de los Aztecas, cansado de esta terrible opresión, decidió luchar por la libertad de su pueblo.
El cacique tenía una hija, llamada Iztaccíhuatl, era la princesa más bella y depositó su amor en el joven Popocatépetl, uno de los más apuestos guerreros de su pueblo.
Ambos se profesaban un inmenso amor, por lo que antes de partir a la guerra, Popocatépetl pidió al cacique la mano de la princesa Iztaccíhuatl. El padre accedió gustoso y prometió recibirlo con una gran celebración para darle la mano de su hija si regresaba victorioso de la batalla.
El valiente guerrero aceptó, se preparó para partir y guardó en su corazón la promesa de que la princesa lo esperaría para consumar su amor.
Al poco tiempo, un rival de amores de Popocatépetl, celoso del amor de ambos se profesaban, le dijo a la princesa Iztaccíhuatl que su amado había muerto durante el combate.
Abatida por la tristeza y sin saber que todo era mentira, la princesa murió.
Tiempo después, Popocatépetl regresó victorioso a su pueblo, con la esperanza de ver a su amada. A su llegada, recibió la terrible noticia sobre el fallecimiento de la princesa Iztaccíhuatl.
Entristecido con la noticia, vagó por las calles durante varios días y noches, hasta que decidió hacer algo para honrar su amor y que el recuerdo de la princesa permaneciera en la memoria de los pueblos.
Mandó construir una gran tumba ante el Sol, amontonando 10 cerros para formar una enorme montaña.
Tomó entre sus brazos el cuerpo de su princesa, lo llevó a la cima y lo recostó inerte sobre la gran montaña.  El joven guerrero le dio un beso póstumo, tomó una antorcha humeante y se arrodilló frente a su amada, para velar así, su sueño eterno.
Desde aquel entonces permanecen juntos, uno frente a otro. Con el tiempo la nieve cubrió sus cuerpos, convirtiéndose en dos enormes volcanes que seguirán así hasta el final del mundo.
La leyenda añade, que cuando el guerrero Popocatépetl se acuerda de su amada, su corazón que guarda el fuego de la pasión eterna, tiembla y su antorcha echa humo.   Por ello hasta hoy en día, el volcán Popocatépetl continúa arrojando fumarolas.
En cuanto al cobarde tlaxcalteca que mintió a Iztaccíhuatl, presa del arrepentimiento por la tragedia que desencadenó, fue a morir muy cerca de su tierra. También se convirtió en montaña, elPico de Orizaba, otro de los volcanes de la región, y desde muy lejos, vigila el sueño eterno de los amantes que ya nunca se podrán separar.
Esta leyenda ha pasado de generación en generación desde la época del Imperio Azteca, cuyo florecimiento data del siglo XIV, y la importancia que se les daba era evidente ya que desde ese tiempo que les otorgó los nombres que actualmente poseen.
Popocatépetl deriva su nombre del verbo náhuatl “popoa” que significa “humo” y del sustantivo “tepetl”, que quiere decir “cerro”, así que su nombre significa literalmente “Cerro que Humea”, debido a que desde esa época emanaba ya, su tan característica fumarola.
Popularmente es conocido como “El Popo”, aunque las poblaciones asentadas en sus faldas lo conocen con el cariñoso mote de “Don Goyo”.
Iztaccíhuatl, el otro volcán, deriva su nombre de los vocablos nahuátl “iztac”, que significa “blanco” y “cíahuatl” que se interpreta como“mujer”, por lo que su nombre se traduce como “Mujer Blanca”. Actualmente es mejor conocida como la “Mujer Dormida” debido a su característico perfil que asemeja a una mujer recostada con la cara hacia el cielo.
El Popocatépetl es un volcán activo con una edad aproximada de 730,000 años. Tiene forma cónica simétrica y una altura máxima de 5,450 metros sobre el nivel del mar, lo que lo coloca como el segundo más alto de México.
Está unido en su parte norte con el Iztaccíhuatl, mediante un paso montañoso conocido como Paso de Cortés, nombre que hace referencia a la ruta que siguió Hernán Cortés por ese lugar, antes de llegar a la Gran Tenochtitlán.
El Iztaccíhuatl es un volcán extinto ubicado en el centro de México. Es la tercera montaña más alta del país con una altitud de 5,220 metros sobre el nivel del mar y ambas se localizan en los límites territoriales de los estados de México y Puebla.
Actualmente ambos volcanes aun son gran inspiración de expresiones artísticas y literarias, que seguramente pasarán a la posteridad como esta gran leyenda.

Jorge Mateo Cuesta Porte Petit (23 de septiembre de 1903, Córdoba-13 de agosto de 1942, Tlalpan)

Jorge Mateo Cuesta Porte Petit (1903-1942) fue un químico, poeta, ensayista y editor mexicano.
Nació en CórdobaVeracruz, en donde realizó sus primeros estudios. En la Ciudad de México estudió la carrera de ciencias químicas. En 1927 conoció a Guadalupe Marín (entonces esposa del pintor Diego Rivera), que más tarde sería su esposa, y ese mismo año publicó su polémica Antología de la poesía mexicana moderna.
En 1928 viajó a Europa, donde estuvo en contacto con André BretonCarlos PellicerSamuel Ramos y Agustín Lazo. A partir de 1930 formó parte del grupo Los contemporáneos, quienes lo llamaron "El Alquimista".
Su poesía es descarnada, racionalista, utiliza como temas la ansiedad, el pesimismo, la vejez, la muerte, el equilibrio, etc. Privilegió la forma del soneto. Su poema más ambicioso y mejor logrado es "Canto a un dios mineral", que es agrupado por la crítica en la tradición mexicana del poema filosófico junto con "Primero Sueño" de Sor Juana Inés de la Cruz, "Muerte sin fin" deJosé Gorostiza, "Blanco" de Octavio Paz e "Incurable" de David Huerta.
Colaboró en la Revista UlisesEl UniversalcontemporáneosVoz nacionalLetras de México y El Nacional. En 1932 fundó la revista Examen.
Su poesía fue recopilada póstumamente en dos ediciones, una prologada por Alí Chumacero y otra por Elías Nandino y Rubén Salazar Mallén. En 1964 la Universidad Nacional Autónoma de México publicó todo lo que se conoce de su obra poética y ensayística en cuatro volúmenes.
Jorge Cuesta se quitó la vida el 13 de agosto de 1942 en el sanatorio del doctor Lavista, en Tlalpan. Tenía 38 años cuando, aprovechando un descuido de los enfermeros, se colgó con sus propias sábanas de los barrotes de la cama. Había sido internado por un segundo acceso de locura que lo había llevado a acuchillarse los genitales. Recaía en una crisis de paranoia que había superado en el Hospital Mixcoac dos años antes.
Una noche, en un café, Cuesta dejó escrita la siguiente frase en un papel: "Porque me pareció poco suicidarme una sola vez. Una sola vez no era, no ha sido suficiente". Con el tiempo estas palabras se han convertido en profecía cumplida pues, efectivamente, el suicidio de Cuesta tiene que ser revivido por cada lector que se interna en su "Canto a un dios mineral" con el ánimo de entender este poema que ha sido calificado de "hermético". Porque, en realidad, como dijo Rubén Salazar Mallén, su poesía es oscura sólo para quienes no conocen su vida o, en palabras de Alí Chumacero, su poesía es poco diferente de lo que vivió.
 La sonoridad de su poesía, de factura tan ascética y estéril como el propio Cuesta, cunde en lo remoto, en lo inombrable que, apenas sí se dice, se disipa: la íntegra lucidez de buscarse entre los recodos más oscuros y subrepticios de la inteligencia por medio de la palabra, de los abismos del pensamiento, sin temor a precipitarse jamás, de manera abrupta, demasiado a su fondo o, mejor dicho, a su vacío: el pensamiento, como el hombre, no tiene límites. Por eso mismo ha se serlo todo; por eso mismo ha de ser nada. Realidades que, si marchan contiguas de la mano, también se atraen y se repelen al mismo tiempo: al no mezclarse, siempre preservan su individualidad bien definida como las sustancias químicas heterógeneas.  Empresa de tales resonancias, porsupuesto, no podía ni puede ser jamás afán sino de una brillantez exacerbada, cuya última voluntad es ir al encuentro de sí misma, haciendo gala de los recursos que la lógica le presenta como últiles para alcanzar sus objetivos.  
Cuesta, por ello, a semejanza de las más modernas teorías de la física en boga, que buscan unificar la fuerza gravitoria, el electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil, clamaba por hallar en los sinfines de la razón, aquellos puentes que lo ligaran a sus alter egos, a sus otros yo diseminados en los distintos campos de la erudición humana por los que concebía un gran entusiasmo; pero, a diferencia de Pessoa –por citar un ejemplo- que supo desdoblarse, sucederse en una segunda personalidad, la cual, a su vez, fue peldaño para llegar a otras tantas ambiguas y, más que eso, hallarse a través de ellas -multiplicidad destilada de lo que, a partir de Descartes, se cree, es prueba fidedigna del existir: el cogito-, el poeta mexicano era el espectro de sí mismo. Ni siquiera se hallaba situado en el punto de donde partió el portugués para edificar su obra. El motivo es simple: hasta el propio Cuesta, parecía estar llamado a ser solamente el eco de otra voz que hablaba por la suya: "su voz parecía nacer de los fantasmas del aire", considerando la descripción que Elías Nandino, aunque, como era de esperarse, artística, hizo de su persona.  
La producción de su obra poética nunca reunida en forma de libro, contiene uno de los poemas más logrados y ambiciosos de nuestra literatura mexicana, aquél que lleva por título Canto a un dios mineral: treinta y siete estrofas de seis versos cada una escritas a la usanza de las silvas. Canto a dios mineral constituyó, a lo largo de toda su vida, su gran sueño poético y obsesión. Las últimas tres estrofas redactadas, de manera seguida, delante de los enfermeros cuando éstos fueron a recogerlo para llevarlo a la institución psiquiátrica, dan motivo a pensar que se trata de un poema llevado a su fin más que por la libertad de la pluma del poeta, por el azar de las circunstancias: un texto inacabado que no pasó por la aduana del análisis implacable; ese análisis programático que imperaba en su personalidad.  
No se hará alguna clase de examen exhaustivo sobre él. Los hay en suma y muy buenos. Lo que sí hay es pertinente mencionar, es que la articulación de las palabras en que el fondo, la idea está sumida y viceversa, ha dado pauta a una consecusión de interpretaciones que sí bien pudieran no ser fieles, tampoco pueden ser inválidas: eterna oscilación; como el péndulo, de un extremo a otro, no está en ninguna parte puesto que, al poema, ninguna cesura interpretativa lo aprehende: "Nada me afirma y nada me desmiente”, es lo que el texto nos argumenta.  
A Cuesta, más que nada, le debemos en México, por vez primera, una verdadera conciencia crítica. Una conciencia crítica de la política y la cultura. Y eso es indubitable. Un grupo de reflexiones originales, dispersas en revistas y artículos de prensa bastan para comprobar su calidad como ensayista -no obstante, que fue el menos publicado a comparación de sus compañeros de odiseas intelectuales. Él podía trabajar en un par de textos durante un año -el mismo tiempo que a Torres Bodet le tomaba escribir tres libros y publicarlos-, debido a que su sentido de la perfección lo llevaba hasta esa frontera que desemboca en la esterilidad, en el silencio. Este sentido, se puede percibir a lo largo de todo su legado, pues supone, para los lectores, las más de las veces, un fino oído para lo que tiene que decir, como es el caso de las líneas de "En la sempiteromia samarkanda" y "Rema en un agua espesa y vaga el brazo", donde la palabra, trasmutada en tabique, se va apilando de tal forma que ya el poema lo terminamos por leer erigido en muro: realidad que se presenta, ante nuestros ojos, como impenetrable.  
Pese a esa virtud de engendrar concepciones abstractas, Cuesta, no logró solidificar, organizar un verdadero sistema de pensamiento, donde lo genuino de ellas destellara con toda la intensidad luminosa de que era capaz su agudeza racional. Su vida, como su legado, es breve. Murió siendo joven. Inteligencia a la que, como a tantas, le faltó tiempo para madurar, y pereció en el don de una promesa…
 Diego Salvador Rodríguez Castañeda.