jueves, 31 de enero de 2013


Sergio Méndez Arceo (1907TlalpanMéxico D. F.-1992Morelos). Sacerdote mexicano, ideólogo de la Teología de la Liberación. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Historia, ocupó el sillón 20 de 1954 a 1972.1

Vida

Sergio Méndez fue un prelado mexicano, ordenado sacerdote en 1934. Realizó sus estudios en la Universidad Gregoriana de Roma. Siendo Obispo de la Diócesis deCuernavacaMorelos, se ganó el mote del "Obispo Rojo", por haberse convertido en el padre de la renovación de la Iglesia católica mexicana. Trabajó en forma intensa en favor de la población marginada de México y apoyando a grupos de izquierda, fuera y dentro del país. En 1952, fue autor del libro La Real y Pontificia Universidad de México.

Activismo social

El obispo Méndez participó activamente en el Congreso de los Cristianos por el Socialismo en 1972. Fue el principal promotor de la discusión de textos sobre ideologías socialistas, principalmente marxistas, el cambio social, el fenómeno religioso y su influencia en la evolución social de Latinoamérica. Todo esto siendo miembro del Centro de Información y Documentación Católica (CIDOC).
Los efectos de estas actividades hicieron que el Vaticano prohibiera a todos los religiosos asistir y participar en los cursos de formación o adoctrinamiento del CIDOC.
Fue un impulsor y activo ideólogo de la Teología de la Liberación y del llamado Progresismo Católico. Se convirtió en esta etapa en un inspirador del Movimiento Sindical Radical que incipiente surgía en México en la década de 1970.

Colofón

El "Obispo Rojo" siempre fue polémico por sus ideales sociales y su simpatía por las corrientes renovadoras en el seno de la Iglesia católica, así como por su pertenencia a movimientos como "Cristianos por el Socialismo". También denunció en su momento la intervención estadounidense en Vietnam y en Centroamérica yCuba. Condenó los regímenes militares en Latinoamérica, aunque impulsó el proyecto "Va por Cuba", enfocado en contrarrestar el bloqueo estadounidense a la isla. Apoyó a los Gobiernos sandinistas, en Nicaragua, y de Fidel Castro, en Cuba.
Elena Poniatowska/ I

Los cien años del obispo Sergio Méndez Arceo

El 28 de octubre de 2007 un sacerdote excepcional habría cumplido cien años. Para conmemorarlo, monseñor Samuel Ruiz García, la Casa de la Solidaridad y el Secretariado Internacional Cristiano de Solidaridad con los Pueblos de América Latina Óscar Arnulfo Romero, organizaron una subasta de cien obras de arte que en la década de los ochenta le fueron donadas a Sergio Méndez Arceo y al Comité Manos Fuera de Nicaragua, con el fin de apoyar a los pueblos empobrecidos de Latinoamérica.
Carlos Sergio Méndez Arceo nació el 28 de octubre de 1907 en la ciudad de México, en el seno de una familia preocupada por los pobres. Sus padres, en Zamora, Michoacán, eran primos de Lázaro Cárdenas del Río, el mejor presidente de México. El pensamiento liberal y la religión presidieron su infancia. El niño Sergio fue el más chico de 12 hermanos. Muy bueno para las matemáticas, podría haber sido ingeniero, pero un día su tío, el arzobispo José Mora y del Río, se lamentó de la falta de sacerdotes en México (los evangélicos y los protestantes cobraban gran auge) y en ese instante el niño pensó: “Yo voy a ser sacerdote”. Era el año 1921, tenía 14 años. Su padre intervino: “Sólo quiero decirte una cosa, hijo: no hay peor política que la negra”.
Don Sergio permanecería 11 años en Roma. En 1939, ya ordenado sacerdote, recibió el grado de doctor en historia. A su regreso a México, fue maestro de historia y de filosofía en el Centro Cultural Hidalgo, que habría de convertirse en la Universidad Iberoamericana.
Al llegar a su diócesis, el 30 de abril de 1952, todo cambió en Cuernavaca. En la capilla colonial de San José, se dieron misas singulares con mariachis que congregaron multitudes. No sólo Cuernavaca quería a don Sergio, todo México corría a verlo y él les devolvía su cariño a los fieles y a los no tan fieles. Sus homilías hicieron época. Escucharlo hablar desde el púlpito era una fiesta.
Don Sergio no sólo restauró las almas sino la catedral. Felipe Teixidor, Alfonso Reyes, Ignacio Chávez, Jesús Silva Herzog y Silvio Zavala lo visitaban. Organizó temporadas de conciertos con la Orquesta Sinfónica Nacional que ni siquiera conocía Morelos, ofreció la capilla abierta de San José para la presentación de Autos Sacramentales y de obras clásicas y modernas, subió a escena en 1960 Asesinato en la catedral de T. S. Elliot. No sólo se hizo famosa la misa de mariachis, también la de jazz, los jóvenes cantaban a voz en cuello. Don Sergio visitó la colonia de paracaidistas fundada por el guerrillero maoísta Florencio El Güero Medrano y cortó quelites con los más pobres, pero en septiembre de 1966, en un congreso en Caracas, fue aún más lejos y al hablar del cura Camilo Torres, declaró: “Las revoluciones violentas de los pueblos pueden estar en algunos momentos de la historia absolutamente justificadas y ser totalmente lícitas, porque la revolución en el propio sentido de renovación es finalizar lo inacabado o aquello que se puede perfeccionar”.
Las palabras del obispo de Cuernavaca adquirirían una gran fuerza en el México del 68. Dijo en su sermón dominical: “Me hace hervir la sangre la mentira, la deformación de la verdad, la ocultación de los hechos, la autocensura cobarde, la venalidad, la miopía de casi todos los medios de comunicación. Me indigna el aferramiento a sus riquezas, el ansia de poder, la ceguera afectada, el olvido de la historia, los pretextos de la salvaguardia del orden, la pantalla del progreso y del auge económico, la ostentación de sus fiestas religiosas y profanas, el abuso de la religión que hacen los privilegiados.
“No me sorprende, pero lamento la falta de continuidad en el diálogo no acertadamente iniciado, único escape para la crisis de autoridad y de obediencia. Se me entenebrece el porvenir de la libertad en la investigación, en la expresión, en la acción de ciudadanos responsables, consagrados aún con errores, al desarrollo integral de México, cuando miro los rostros adustos, inexpresivos, de nuestros soldados obligados a la represión.”
Y se alegró por los estudiantes: “la valentía, la madurez, la previsión de tantos sacerdotes y laicos comprometidos, que han venido compartiendo el riesgo, las reflexiones, los errores, las desilusiones, los dolores, los altibajos de los hombres del futuro, nuestros hermanos, los estudiantes”.
Después de la matanza de Tlatelolco, el obispo arremetió desde el púlpito: “Ante los acontecimientos que nos llenan de vergüenza y de tristeza hay que considerar positivo y consolador el hecho de que los jóvenes hayan despertado así a una conciencia política y social y que aporten a México una esperanza que es nuestro deber alentar. Que la certidumbre en los estudiantes y en la ciudadanía de la magnanimidad y del respeto a la justicia y del imperio de la libertad, borre el temor de que tenga lugar en México, después de las Olimpiadas, un periodo de dureza, de represión, de mano férrea, de persecución al pensamiento y a su expresión”.
Al año del 2 de octubre, expresó: “Queremos reunirnos a la distancia de un año para descubrir el sentido del acontecimiento del 2 de octubre, que por su magnitud en dolor y sangre no debe pasar inadvertido ni olvidarse”. Hombre crítico, fue el único en decir una misa el 2 de octubre de 1969: “Llevamos años de tolerar muchas injusticias en nombre del mantenimiento del orden, de la paz interior, del prestigio exterior”.
El obispo de Cuernavaca, monseñor Sergio Méndez Arceo, quiso celebrar la Navidad de 1969 visitando a los presos en huelga de hambre en Lecumberri. Después de un primer intento frustrado, las autoridades le permitieron la entrada al penal. A los huelguistas que sobrevivían a base de agua de limón y azúcar desde el 10 de diciembre, el obispo dijo: “He venido a regocijarme porque ustedes están trabajando por la liberación”. En su mensaje de Navidad, transmitido por radio desde Cuernavaca, Méndez Arceo informó acerca de su visita a la cárcel: “Afirman que no conocen a sus jueces después de un año de reclusión y que se han cumplido las exigencias de la ley... En este caso podemos ver representada la falta de respeto a la persona humana en la administración de la justicia y en el ejercicio de las libertades individuales en orden al bien común. Puedo declararles a ustedes que en toda mi actuación me ha movido el convencimiento de que no puedo abandonar a mis hermanos los hombres sin dar un signo válido de que el cristiano en cuanto tal debe condenar cualquier forma de injusticia, particularmente cuando la injusticia se hace institución y se impone aún a los mismos hombres que la cometen”.
Frente al negro Palacio de Lecumberri, el fotógrafo Héctor García y su segura servilleta vemos una silueta alta, a punto de sentarse frente el volante de un Opelito blanco.
–¡Es Méndez Arceo!
–¡Ay, sí, tú!
–¡De veras!
–¡Pues ciérratele, ciérratele para que no se vaya!
(Lo encajonamos. Por el retrovisor Méndez Arceo nos hace una seña de “¿No se hacen tantito para atrás, por favor?”, pero ni caso le hacemos).
–Monseñor, ¿qué hace usted aquí?
–Vine a ver a los presos políticos. El miércoles pasado también vine pero como llegué de Cuernavaca a las tres de la tarde ya no había un solo funcionario del penal y no me dejaron pasar.
–¿Y ahora?
–Ahora tampoco me dejan pasar.
–Pero apenas es la una...
–El licenciado Jesús Ferrer Gamboa me dijo en forma amable que lo sentía mucho pero era imposible. ¡Fíjense ustedes!, lo que está sucediendo en este momento es muy grave para el país.
–Sí don Sergio, el doctor Eli de Gortari está sumamente enfermo de diabetes y no ha querido que lo lleven a la enfermería. Ayer internaron a un muchacho también grave y hay otro que lleva quién sabe cuántos días, más de un mes, en huelga de hambre.
–Si lo sé y si uno de estos muchachos o uno de los maestros muere, ¿ha pensado usted, Elena, en lo que eso significaría para nuestro país?
Méndez Arceo abre la portezuela y sale del coche. Héctor García lo fotografía a media calle. “¡Cuidado, Héctor, lo van a atropellar!” “No se preocupe señor obispo, que al fin usted me va a dar los santos óleos”.
–Doctor Méndez Arceo, ¿por qué viene usted aquí?
–Vengo aquí como un particular, porque me lo han pedido muchas madres de los muchachos encarcelados. Incluso querían venir conmigo, pero no les avisé de mi primera visita, justamente para no crear un ambiente de publicidad o de posible provocación, para no hacer borlote. Me dijo el licenciado Jesús Ferrer Gamboa: “En lo personal lo estimo a usted mucho pero es imposible que visite a los huelguistas”.
–¿Entonces ya van dos veces que usted viaja de Cuernavaca en balde?
–En balde no. Un intento siempre vale por sí mismo. Claro está, lo seguiré intentando pero si uno de los presos, el doctor De Gortari o el escritor Revueltas me apuntaran en su lista de visitas no me dejarían entrar.
–¿Pero viene como un particular, señor obispo?
–Mire, Elena, he hecho declaraciones y no me escondo. Ahora mismo que me vio usted, ni modo de echarme polvos de “desaparece”. Aquí estoy junto a usted en esta banqueta, esperando como usted y como Héctor que nos franqueen la entrada aunque sólo sean unos minutos... Oiga, y a propósito, ¿ustedes a qué vienen?
–A lo mismo.
–¡Ay!, ¿pues por qué no le dicen que yo desearía entrar?
–¡Cómo no!
–Aquí los espero...
Adentro, Héctor y yo nos topamos con un licenciado joven, muy gallito: “¡Identifíquense por favor!” Nos hace esperar un cuarto de hora y pienso en Méndez Arceo, afuera, bajo el sol con su gran abrigo negro. Al rato sale el licenciado don gallito: “Dice el licenciado Jesús Ferrer Gamboa que el director del Penal se fue de vacaciones”. Afuera, bajo el sol, el obispo Méndez Arceo viene caminando hacia nosotros. “Pues no, está de vacaciones el general” (Se ríe) “Pues póngale usted eso en la entrevista”. Nos encaminamos hacia el Opel blanco que por cierto tiene varias abolladuras... Sigo con mis preguntas:
–Don Sergio, al venir usted a la penitenciaría, ¿no está enfrentando al gobierno?
–¿Por qué? Si alguien me dice y me comprueba que estoy cometiendo algún delito, seré el primero en reconocerlo pero nunca he sabido que sea delito visitar a presos, hombres privados de su libertad y sometidos a humillaciones, vejaciones y sufrimientos.
–¿Y está esto dentro de su sacerdocio?
–Y dentro de mi condición de hombre.
–Pero, ¿ante quién responde usted, señor obispo, por este tipo de actos?
–(Sonríe) Ante el Espíritu Santo.
–¿Es cierto que dijo usted una misa el 2 de octubre en Cuernavaca por los muertos de Tlatelolco?
–¡Claro que sí!
–Pues ha hecho usted más en Cuernavaca que los curas de la iglesia de Santiago Tlatelolco. Cuando la gente en plena balacera, gritaba que por favor les abrieran: “Ábranos, somos mexicanos” les cerraron la puerta. Ahora, también el 2 de octubre dijeron que no tenían ni una media hora disponible, ya no digamos para una misa, sino para un responso...
–Tengo conciencia, soy responsable del bien común, no puedo excusarme ante el sin número de abusos en la administración de la justicia, abusos que se hacen más notorios cuando se trata de los débiles y marginados económica, social o políticamente.
–¿Tienen razón los jóvenes en estar inconformes?
–Sí la tienen.
–¿Cuál sería la solución?
–La amnistía inmediata y general.

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miércoles, 30 de enero de 2013


Chucho el Roto

Jesús Arriaga conocido por el sobrenombre “Chucho el Roto”,(Santa Ana Chiautempan, 1858 - Veracruz, Veracruz, 25 de marzo de 1894) fue un legendario bandido mexicano. Nació en Santa Ana Chiautempan en el estado de Tlaxcala (México) en 1858. Su nombre original era Jesús Arriaga. Se convirtió en astuto bandido e inmejorable estafador al no encontrar otro camino para vengarse de un millonario que lo mandó a presidio. Se había evadido del penal de San Juan de Ulúa en el año de1885. El penal estaba en el islote del mismo nombre, frente a la ciudad de Veracruz.
Es el Doctor Román Saldaña Oropeza, quien lo señala como nacido en Chiautempan hacia el año de 1858 del linaje del presbítero y bachiller don Pedro de Arriaga quien ciertamente fungió como cura párroco de esta ciudad en los años de 1836 y 1850. Esto lo llevó a radicar aquí por muchos años con su familia, habiéndose casado en esta ciudad una de sus hermanas que según estas referencias más tarde fue la madre de nuestro referido. Se ha agregado además que su nacimiento se dio en el “Barrio de la Cuenda” que se ubicó sobre la “Calle del Gallito” hoy mejor conocida como “Manuel Saldaña Norte”; o bien en casas contiguas a ésta.
Se asegura que su cautiverio se debió a la venganza de don Diego de Frizac, un millonario tío de una agraciada joven noble que se enamoró de Jesús, quien era en ese entonces un pobre y honrado carpintero. Matilde de Frizac y él procrearon una hermosa niña a quien pusieron por nombre María de los Dolores (Lolita).
Al descubrirse el hecho Jesús fue humillado y amenazado por los parientes de la muchacha, y finalmente rechazado por ésta, por temor a su tío. Entonces Chucho decidió robarse a su hija, y éste fue el motivo para encarcelarlo, primero en la penitenciaria del Distrito Federal (Cárcel de Belem), de donde fue trasladado a San Juan de Ulúa, aún a pesar de haber devuelto a la criatura.
Las estafas de Jesús Arriaga llegaron a ser famosas y a sorprender a mexicanos y extranjeros, por ser un astuto ladrón quien, sin embargo, usaba la mayor parte de lo robado para socorrer a los necesitados.
Era conocido con el sobrenombre de “Chucho el Roto” porque para llevar a cabo sus estafas acostumbraba vestir con suma elegancia, al estilo de los adinerados de esos tiempos, los llamados "rotos" (elegantes). A lo largo de casi diez años y en compañía de sus secuaces, apodados "La Changa", "Juan Palomo" y "Lebrija", robó y estafó, pero asimismo luchó en favor de los desposeídos, convirtiéndose en uno de los ídolos más queridos del pueblo, ya que robaba a los ricos para ayudar a los pobres.
A todo esto se agrega la versión de Ricardo Alva, escritor oriundo de Apizaco, quien nos relata de manera un tanto novelada que el propio Jesús Arriaga alguna vez afirmó ser oriundo de Chiautempan, cuyo pueblo visitó muchas veces en companía de sus amigos; y que si alguna vez había asegurado ser de otro Estado lo había dicho como una estrategia para evitar que se les causara daño a su madre y sus hermanas.
Años después fue apresado en las Cumbres de Maltrata, Veracruz, en el que se supone fue su último atraco. Se asegura fue conducido nuevamente al penal de San Juan de Ulúa, mismo de donde había escapado nueve años atrás, introduciéndose en una cuba (barril que hacía las veces de un sanitario). Se comenta que cuando nuevamente intentó escapar, fue traicionado por un compañero de celda apodado “Bruno".
Herido de bala fue recapturado, y al pasar por la plaza principal de la fortaleza, el coronel Federico Hinojosa, director del penal ordenó:
-¡Que le den doscientos latigazos a ese desgraciado! Con mucho orgullo, Chucho el Roto contestó:
-No puede ser desgraciado el que roba para aliviar el infortunio de los desventurados... El director dijo:
-¡Denle trescientos!
Entonces fue trasladado a una celda de castigo conocida como "El Limbo" en el mismo penal de San Juan de Ulúa, en donde un verdugo apodado "El Boa", cumplió la orden. Para ello, se dice, el verdugo recibió previamente mil doscientos pesos-oro de manos de Matilde de Frizac, la madre de Lolita, con el fin de evitar que Jesús muriera en el acto, pues el verdugo sabía como golpear.
Del Limbo lo llevaron a la enfermería del hospital más antiguo de Veracruz, el "Marqués de Montes”, donde oficialmente murió el 25 de marzo de 1894, a los treinta y seis años de edad. El cuerpo fue recibido por Matilde de Frizac, Lupe, hermana de Jesús, y Lolita su hija. El féretro fue custodiado por guardias contratados por Matilde y trasladado por ferrocarril a la Ciudad de México para que se le diera cristiana sepultura. Las tres mujeres, acompañadas por un marqués austriaco, de nombre desconocido y prometido de Matilde de Frizac, abordaron un vapor que las llevaría a Europa.
En cuanto a los restos de Jesús Arriaga, cuentan que cuando abrieron el féretro en la capital éste estaba lleno de piedras, así que no se pudo saber más de él.
Sin embargo, en la Ciudad de Mexico, en el Panteon del Tepeyac, en la Villa de Guadalupe, se encuentra la tumba de la que fuera su hija Lolita, cuyo nombre verdadero fue Dolores Arriaga de Frizac.

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domingo, 27 de enero de 2013

José Joaquín Fernández de Lizardi(10/12/1776 - 21/06/1827)



José Joaquín Fernández de Lizardi
(10/12/1776 - 21/06/1827)


Escritor mexicano
Nació en 10 de diciembre de 1776 en México.
José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), escritor y periodista mexicano político, más conocido como el autor de El Periquillo Sarniento (1816), conocida por ser la primera novela escrita en América Latina.
Lizardi, como es sabido, nació en la Ciudad de México cuando aún era la capital del virreinato colonial español de Nueva España. Su padre era un médico empleado en los alrededores de la ciudad de México, que durante un tiempo complementó el ingreso familiar por escrito. Del mismo modo, su madre provenía de una familia de medios modestos, pero "decentes", su propio padre había sido un vendedor de libros en la cercana ciudad de Puebla.
La muerte del padre de Lizardi, después de una corta enfermedad en 1798 obligó al joven a abandonar sus estudios en el Colegio de San Ildefonso y entrar en la función pública como magistrado de menor importancia en la región de Taxco-Acapulco. Se casó en Taxco en 1805.
La necesidad de proveer para una familia en crecimiento liderado Lizardi para complementar sus escasos ingresos como su padre, por escrito. Comenzó su carrera literaria en 1808 con la publicación de un poema en honor de Fernando VII de España. Aunque Fernando VII después se convirtió en blanco de la ira nacionalista entre los independentistas mexicanos a causa de su tendencia hacia el despotismo, su política aún no se conocían en 1808, el año de la invasión napoleónica de España. Con Napoleón, hermano-en-ley usurpa el trono español y el rey legítimo en el exilio, levantando una voz pública a su favor era una postura patriótica para un intelectual mexicano, y en línea con los últimos Lizardi nacionalistas proto-vistas.
Al comienzo de la Guerra de Independencia de México en noviembre de 1810, las fuerzas insurgentes de Morelos se abrieron paso en Taxco donde Lizardi se dirigía el gobierno local como subdelegado en funciones (el más alto cargo en el gobierno provincial en el sistema colonial). Después de una victoria insurgente inicial, Lizardi trató de jugar en ambos lados: se entregó armería de la ciudad a los insurgentes, pero también informó al virreinato de movimientos rebeldes. Juzgado en el contexto de sus últimos escritos, estas acciones no parecen hipócritas. Lizardi fue siempre solidario de los objetivos intelectuales y la política reformista de los insurgentes, pero se opuso igualmente a la guerra y derramamiento de sangre. Por pacíficamente Taxco capitulando a los insurgentes, dirigidos a evitar la pérdida de la vida en la ciudad, entonces bajo su mando. Tras la reconquista realista de Taxco, en enero de 1811, Lizardi fue hecho prisionero como un simpatizante de los rebeldes y se envía con los otros prisioneros de guerra a la Ciudad de México. No apeló con éxito al virrey, alegando que había actuado sólo para proteger a Taxco y sus ciudadanos del peligro.
Lizardi era ahora libre y vive en la ciudad de México, pero había perdido su trabajo y sus bienes. Se volvió ahora a tiempo completo a escribir y publicar mantener a su familia, publicando más de veinte poemas satíricos en periódicos de gran formato a la ligera y folletos en el curso del año. Después de una limitada libertad de prensa se declaró en México el 5 de octubre 1812 (véase la Constitución española de 1812), Lizardi rápidamente organizó una de las primeras organizaciones no gubernamentales periódicos del país. El primer número de su Mexicano El Pensador ("El Pensador Mexicano", un título que él adoptó como su propio seudónimo) salió el 9 de octubre, cuatro días después de la libertad de prensa estaba permitido.
En su condición de periodista, Lizardi se apartó de la luz crítica social de sus pliegos sueltos anteriores al comentario directo sobre los problemas políticos del momento, atacando las tendencias autocráticas del gobierno virreinal y el apoyo a las aspiraciones liberales representadas por las Cortes en España. Sus artículos muestran la influencia de las ideas de la Ilustración derivados de las lecturas clandestinas de libros prohibidos de Voltaire, Rousseau y Diderot, una ruta peligrosa para disfrutar de esos momentos de esperanza, pero incierto. En la novena edición de El Pensador Mexicano (diciembre de 1812), Lizardi atacado virrey Francisco Javier Venegas directamente, lo que resulta en su detención. Él continuó publicando el periódico desde su celda en la cárcel, pero consternado independentistas lectores mediante la supresión de sus simpatías por los insurgentes y las críticas de inhibición del sistema que lo había encarcelado. Cuando un nuevo virrey Félix María Calleja, fue nombrado en marzo de 1813, Lizardi ha elogiado en él, el virrey respondió liberando Lizardi después de siete meses de cárcel.
Lizardi continuó escribiendo y publicando sus periódicos después de su liberación, pero se incrementó la atención de los censores de la Inquisición realistas y silenciado su tono crítico. Cuando la victoria sobre Napoleón en Europa condujo al restablecimiento de una monarquía autoritaria, el derrocamiento de las Cortes Españolas y la supresión de la libertad de prensa en 1814, Lizardi volvió del periodismo a la literatura como un medio para expresar su crítica social. Esta coyuntura social y política llevó a la escritura de Lizardi y la publicación de El Periquillo Sarniento, que es comúnmente reconocido como el primer mexicano y de hecho la primera novela latinoamericana.
Aunque es una novela en forma y alcance, El Periquillo Sarniento parecía periódicas Lizardi de varias maneras: se imprimieron y vendieron a plazos capítulo semanales a lo largo de 1816; tejió un amplio comentario sobre el clima político y moral de México en la narración, y, al igual que sus publicaciones periódicas, la novela fue detenida finalmente por la censura. Los tres primeros volúmenes se deslizó más allá de la censura, como Lizardi había esperado que lo harían en su disfraz de ficción, sino un ataque directo de Lizardi en la institución de la esclavitud en el cuarto volumen fue suficiente para que la publicación se detuvo. Los últimos dieciséis capítulos de El Periquillo se publicaron sólo en 1830 - 1831, tras la muerte de Lizardi y una década después de la independencia mexicana. Lizardi otras obras de ficción también apareció en cuotas durante los años de represión realista renovada que duró hasta 1820: Fábulas (colección de fábulas, 1817), Noches tristes (novela, 1818), La Quijotita y Su prima (novela, 1818/19) , y Don Catrín de la Fachenda (terminado 1820, publicado 1832).
Con el restablecimiento de la constitución liberal española de 1820, Lizardi volvió al periodismo, sólo para ser atacados, encarcelados y censurado de nuevo por una lista cambiante de los enemigos políticos. Realistas lo reprimido hasta la independencia de México en 1821; centralistas se oponen a sus tendencias federalistas le atacó después de la independencia, en todas partes, que sufrió los ataques de la jerarquía católica, opuesta a sus inclinaciones masónicas.
Es el gran iniciador de la novela americana. En 1812 fundó el periódico liberal El Pensador Mexicano, suspendido por el gobierno de Fernando VII, pero cuyo título se apropió el autor como seudónimo. Su vigor polémico le enfrentó en repetidas ocasiones con el orden constituido. Tras la independencia, dirigió la Gaceta del Gobierno (1825). Sus obras narrativas, que reflejan sus posturas críticas, incluyen El Periquillo Sarniento (1816 y 1830-1831) y La Quijotita y su prima (1818). También cultivó, con menos éxito, la poesía y el teatro. Su autobiografía, Noches tristes y día alegre (1818), contiene los primeros gérmenes del romanticismo mexicano.
La obra de Fernández de Lizardi es, al mismo tiempo, política, literaria, periodística, sociológica, historiográfica y lingüística. Este hombre fue el primer novelista de América al crear en 1816 la encantadora e instructiva obra El Periquillo Sarniento. Para el estudioso de la lingüística, de la dialectología, de la sociolingüística, de la pedagogía, de la paisología es de interés el considerar la habilidad de este autor para describir la vida y las costumbres pintorescas de la Nueva España en sus postrimerías, al mismo tiempo que incurría en sus afanes moralizantes y educativos. Fernández de Lizardi recrea el lenguaje peculiar, la jerga estudiantil, el habla de los abogados y los médicos, la jerigonza de los jugadores, de los ladrones, del bajo mundo en general, el dialecto de los indígenas, la variedad léxica de las comidas, las bebidas y la indumentaria. Las leyendas, las supersticiones, los tabúes y el habla popular por él presentados son de valiosísima ayuda para los que se interesan por el folclor. En resumen, las páginas de sus obras ofrecen un campo rico para los estudios lingüísticos, pues en ellas se halla el dialecto –o los dialectos– que resultó de la fusión de las razas española, azteca y negra (la tercera raíz racial del actual México). Es una gran tristeza y pena que se desconozca la trascendental obra de Fernández de Lizardi. Su conocimiento, principalmente por parte de los educadores, maestros, universitarios y funcionarios y gobiernos de América, ayudaría en mucho a reflexionar acerca de las tan deterioradas educación e instrucción en dicho continente.
Lizardi murió de tuberculosis en 1827 a la edad de 50 años. Debido a la extrema pobreza de su familia, fue enterrado en una tumba anónima, sin el epitafio que había esperado sería grabada en su lápida: "Aquí yacen las cenizas del Pensador Mexicano, que hizo lo mejor que pudo por su patria".
El Periquillo Sarniento es considerada la obra cumbre del escritor mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi, publicada por primera ocasión en 1816, durante la guerra de Independencia de México.
A Lizardi se lo ha reconocido como el precursor de la literatura romántica en México. Publicó uno de los primeros periódicos del México insurgente, al cual tituló con lo que después sería su seudónimo, "El Pensador Mexicano"; la imprenta fue clausurada por el gobierno virreinal con la acusación de que estimulaba perniciosamente la imaginación de sus lectores y podía causar otra rebelión en la Nueva España.
La novela es una obra satírica sobre un personaje pintoresco de origen popular, Pedro Sarmiento, alias "el Periquillo Sarniento", sus venturas y desventuras, su vida y su muerte, todo lo cual transcurre a finales de la dominación española en México. La novela tiene un elevado valor testimonial, y según el escritor y filósofo español Fernando Savater: "En el fondo, los malos y malditos de esta novela contribuyen a divertirnos y entretenernos."
Sus tres primeros tomos aparecieron en 1817, mientras que el cuarto fue censurado por criticar la esclavitud. No se publicaron completos hasta 1830, ya muerto Lizardi, pues durante el virreinato en las colonias españolas estaba prohibido leer obras de ficción (aunque circulaban clandestinas), no sólo porque se consideraba que fomentaban un uso "ocioso" de la imaginación y el pensamiento, sino por su repercusión en la crítica social.
El Periquillo Sarniento, en fin, es una novela que muestra el folclore y las tradiciones mexicanas, las picardías de este pintoresco personaje, y el apogeo colonial mexicano.

 

Pedro Romero de Terreros



Pedro Romero de Terreros, I conde de Regla (CorteganaEspaña10 de junio de 1710 - Huascavirreinato de Nueva España1781), fue un noble y hombre de negocios español afincado en el México colonial que se dedicó a la explotación de minas y de haciendas, así como a actividades filantrópicas y de patrocinio. Se cree que fue uno de los hombres más ricos de su tiempo.
Nació el 10 de junio de 1710 en la localidad andaluza de Cortegana, en la Sierra de Aracena. Pertenecía a una familia de hidalgos rurales, siendo el quinto hijo del matrimonio formado por José Romero y Ana de Terreros. Desde temprana edad manifestó capacidades intelectuales excepcionales, y como no podría beneficiarse del mayorazgo familiar, sus padres consideraron que realizara estudios eclesiásticos. A la edad de veintidós años embarcó para la Nueva Españareclamado por su tío Juan Vázquez de Terreros, prominente ciudadano de Santiago de Querétaro. Pedro asumió el control de los negocios de su tio, que iban en decadencia, y los volvió beneficiosos de forma muy rápida.
Después de la muerte de Juan Vázquez de Terreros en 1735 asumió en su lugar varios cargos municipales, llegando a ser en el año de 1742 alcaldealférez real y alguacil mayor de la ciudad de Querétaro. Estos cargos le ayudaron a enriquecer sus conocimientos y así se enteró de que en el poblado de Real del Monte existían grandes vetas de plata,oro y otros minerales. Como era una persona con ambiciones, no tardó en llegar a esta localidad, donde se asoció en1743 con José Alejandro Bustamante y Bustillo, quien había conseguido desde 1739 el permiso de parte del conde de Revillagigedo, por entonces Virrey de la Nueva España, para realizar trabajos de explotación en la veta llamada La Vizcaína. Romero de Terreros era el socio que aportaba el capital, lo que, con el tiempo y a la muerte accidental de Bustamante en 1750, le permitió reclamar y tomar posesión permanente como propietario único de la veta y así poder acumular una enorme fortuna. Esta veta fue la única que se explotó durante los últimos sesenta años del siglo XVIII, y era tan rica que, en 1746, se registraron 900 familias de trabajadores asignados a este yacimiento.
Entre 1745 y 1781, año de su fallecimiento, Romero de Terreros se hizo notar como benefactor de varios centros religiosos, en particular a conventos y colegiosfranciscanos donde se instruía a misioneros. Otorgó 41.933 pesos al colegio de San Fernando de México, 91.023 pesos al colegio de la Santa Cruz de Querétaro y otros 100.000 pesos al convento y colegio de San Francisco de Pachuca.
En 1756 se casó en la Ciudad de México con doña María Antonia de Trebustos y Dávalos, de veintidós años de edad, hija de una de las familias más distinguidas de la Nueva España.
Debido a sus ideas y propuestas para promover grandes acciones de índole religiosa, cultural y de beneficencia, se le otorgó en diciembre de 1768 por parte del reyCarlos III el título nobiliaro de conde. Él mismo escogió el título de Conde de Santa María de Regla por la devoción que profesaba a esta advocación mariana, especialmente venerada en el covento agustino de Chipiona y cuya devoción se extendió por diversos lugares de la América española. En honor de la Virgen de Reglatambién habia titulado su principal hacienda como San Miguel Regla.
Con el paso del tiempo Pedro Romero de Terreros se hacía más poderoso pero también surgían problemas entre los mineros que trabajaban en sus minas. Romero de Terreros decidió quitarles el tequio, parte del mineral que extraían y que tradicionalmente se les permitía conservar. Debido a estos sucesos, en 1766 estalló una revuelta de mineros, la cual fue considerada como la más importante en el México colonial. Esta huelga causó grandes problemas para Romero de Terreros, ya que afectó su gran reputación ganada durante años, además de pérdidas ocasionadas por la suspensión en la explotación de los minerales. Con este panorama ante sí, Romero de Terreros optó por dejar las minas sin producir antes que ceder y retirarse a sus haciendas de San Miguel Regla y de Santa María Regla, en el actual estado de Hidalgo. También fue dueño desde 1767 de las haciendas de Santa Lucía Molino y La Gavia, en el actual estado de México; San Javier, en Hidalgo; Xalpa, Portales y el Rosario, en el Distrito Federal y Ajuchitlán en el actual municipio de ColónQuerétaro.
En su afán por quedar bien ante el rey Carlos III, regaló a la Armada un buque de guerra con 80 cañones (bautizado como Conde de Regla) y otro barco que tenía las alcobas cubiertas de piedras preciosas. Llegó a tener la idea de pavimentar con plata la calzada que uniría la ciudad de Pachuca con el puerto de Veracruz, para cuando el Rey hiciera una visita a la Nueva España. Pero ésta idea nunca se materializó y el rey nunca visitó las colonias americanas.
El 25 de febrero de 1775, Romero de Terreros fundó el Sacro y Real Monte de Piedad de Ánimas, antecedente del Nacional Monte de Piedad, que contribuyó a la solución de problemas económicos de muchos habitantes de la Nueva España. Las grandes vetas del Real del Monte convirtieron a Pedro Romero de Terreros en multimillonario, el hombre más rico de América, y tal vez del mundo, a mediados del siglo XVIII.
Murió en el año de 1781 en su hacienda de San Miguel Regla, en la localidad de Huasca. Cómo dispuso en su testamento, sus restos fueron trasladados a Pachuca, donde fue enterrado en el altar mayor de la iglesia del convento colegio de San Francisco, del cual había sido benefactor.